08 enero 2014

El eco de los patos

La ciudad no me inspira. Las historias urbanitas tienen siempre como componentes o protagonistas a personas que llegan agotadas de sus trabajos, con un botón de la camisa desabrochado y la corbata suelta; o el pelo suelo o el tacón del zapato destrozado o con las punteras grises del roce. Sempiternas luces anaranjadas de eterno extrarradio. 
En la ciudad todo es movimiento; de coches, de personas; gente corriendo por todos sitios: unos haciendo footing porque se aburren en sus casas y no hay nada más sano para no pensar que sentir dolor físico, aunque sea por las agujetas que salen tras el ejercicio. Rotondas siempre atascadas de coches, malhumoradas caras tras los cristales en los semáforos…
Sólo alguna vez se puede ver el atisbo de lo que pueda ser la felicidad cuando encuentras algún personaje entre los plásticos de invierno de alguna terraza, o de los que se encuentran ocultos en bibliotecas o museos…el resto es movimiento, ajetreo, siempre cosas por hacer sin orden ninguno ni sentido… da la impresión de que todo se mueve en círculos, las ciudades se han convertido en un inmenso acelerador de partículas…humanas. 
En la ciudad el tiempo pasa muy rápido y de manera imperceptible; se puede llegar a perder el sentido de la realidad y hasta dejamos de oír el pulso vital que late dentro de nosotros. La gente anda perdida con ojos extraviados en sus pensamientos, y apenas atienden y responden automáticamente a las luces rojas y verdes de los hombrecillos que indican, en los semáforos, cuándo se puede cruzar y cuándo no…
En la ciudad todo se compra y se vende, las mercancías, los servicios, los domingos; están plagados los parabrisas de los coches de publicidad de puticlubs y servicios de señoritas con salidas a hotel y domicilios y todo tipo de facilidades, pago con tarjeta y discreción. En la ciudad todo es grande, hasta las desazones y las soledades, los desengaños…bueno, no todo, en la ciudad las personas son pequeñitas, lo son sus cosas y sus sentimientos, suicidios del tamaño de cajas de cerillas, asesinatos o robos en miniatura…todo un teatrillo de marionetas o un escaparate de tienda de juguetes.
En la ciudad no existe el presente, las cafeterías son vintage; los restaurantes modernísimos, el resto de cosas o muy nuevas, o muy viejas.

En la ciudad la vida se asemeja a un libro pensado por muchos autores, sin orden ni concierto y cuyo único mérito, casi exclusivo es, el haber sido escrito, aunque nadie sepa leer.
En la ciudad, las personas son como el eco de los patos: no se sabe si existe o simplemente es la reverberación de su propio graznido.