28 agosto 2013

Ignoto

Ignoto era atildado como ninguno en el barrio y pocos en la ciudad. Todas las mañanas pasaba camino del taller bien temprano, enfundado en su elegante gabardina gris rayón y poliester tamaño enanito de jardín; porque Ignoto era bajito, mucho; y calvo, mucho; apenas una corona de pelusilla circundaba una enorme tonsura redonda que ya quisieran para sí muchas personas mayores que él. Porque Ignoto era joven, bastante, aunque no lo pareciese. 
Al llegar al taller con un grácil gesto dejaba la gabardina en el perchero. Este gesto dejaba al descubierto el color de su camisa para ese día, distinta del anterior y del siguiente; y los tonos pastel de su pajarita, una distinta para cada semana. Pasaba por delante de la mesita de recepción dejando tras de sí un ligero perfume de bergamota que, ninguna de las chicas que estábamos en el taller, supimos nunca identificar correctamente a qué marca de agua de colonia pertenecía. Cogía el batín y la aguja y dedal o el lápiz, dependiendo de los días, y a trabajar. Porque Ignoto era primer oficial de costura en el más afamado taller de una capital de provincias. 
Ignoto llevaba al taller tonos de camisa imposibles, ideas de trajes impensables, pajaritas sublimes en tonos pastel o con estampados severos y, siempre, pantalones y chaquetas con caída perfecta. Porque Ignoto era elegante, mucho, aunque también a su manera. Estas son las tendencias de París, de Milán, decía. ¿Y en Madrid?, ¿qué se lleva en Madrid? preguntábamos. Niñas, Madrid, como España, todavía no pinta nada. Traía al taller revistas de nombres extraños y rimbombantes que no habíamos visto en nuestras vidas y que conseguía como en los tiempos del estraperlo. En ellas aparecían señoras vestidas con trajes y vestidos modernos, con telas como traídas del futuro, colores y tonos inimaginables. Todo esto y muchas cosas más que no os puedo contar, es el futuro y, cuanto antes nos acostumbremos, mejor para nosotros, nos contaba. Nosotros le rogábamos, ¡cuéntanos más Ignoto, por favor! Él se hacía el remolón con tono de comadre cariñosa. ¡Cuéntanos más secretos de lo que va a venir y va a estar de moda, Ignoto, por favor! Tratábamos de sonsacarle. Una peseta un secreto, ¡anda!...¡No lo haría nunca por dinero! Nos decía cogiéndonos las manos entre sus pequeños y regordetes dedos. Pero cogía las pesetas, y hacía confesiones sobre telas y diseños. Cogía las pesetas, nos pedía que cerrásemos puertas y ventanas y hacía como que se iba a bajar los pantalones; aunque al principio sólo mostraba una pequeña parte blanca del lateral del muslo. Había grandes risas en el taller en esas tardes.
Fue así, por una peseta como vimos las preciosas braguitas de perlé que usaba Ignoto; otras más grandes de raso; y otras preciosas de encaje, de un virtuosismo arabesco nunca antes visto e imposible de imitar. Y fue por una peseta como vimos el primer tanga de nuestras vidas, delimitando los femeninos albos glúteos  de Ignoto con un minúsculo hilo por detrás entre los mismos y con apenas un triangulo en la parte de delante, delimitador de todas las imaginaciones posibles.
El futuro era insinuador, sibilante, un pequeño fetiche de ricos y variados telillos; una jugosa manzana del bien y del mal a la que hincar el diente entre telas. 

01 agosto 2013

Celulosa

El fuerte olor a celulosa que impregna el papel con el que me he sonado la nariz, me ha trasladado por un momento a mi Pontevedra natal. Ese era el olor que emanaba del humo de la fábrica papelera que había instalada en su ría; me ha traído a la memoria las grandes chimeneas y esa bruma pegajosa que lo impregnaba todo por las mañanas en las que no sabías si lo que se veía al fondo era la romántica niebla marina o la descorazonadora espesura de la industrialización.  Fue por aquel entonces que dejé de salir a correr por la ría para dar mis paseos por el centro antiguo de la ciudad. Y es ahora que este olor me vuelve a recordar lo lejos que estábamos de todo, el ambiente propio y endogámico en el que se desarrollaban nuestras vidas en Galicia y la necesidad que teníamos a veces de sentirnos comunicados con el resto del mundo...más o menos como aquí...
Ese fuerte olor a celulosa es el mismo que tienen aquí los folios en los que te escribo esas cartas de las que nunca obtengo respuesta (tampoco la espero si he de decir verdad); por un momento imagino que debe ser lo único aséptico aquí en este chamizo que llaman hospital y en el que nos tiramos trabajando veintiséis de las veinticuatro horas que tiene el día. 
Aquí también todo está muy lejos del mapa pero la necesidad de huir es distinta porque lo que tenemos muy cerca es la vida y la muerte: ambas dos están siempre a un segundo de tu mano; de tus dedos encrespados; de una sutura bien hecha con una gasa mil y una vez usada o; de la correcta administración de una dosis de vacuna o la colocación más o menos casual de una mosquitera por las noches...
Cae el sol de nuevo y terminamos otra jornada extenuante de trabajo...allá abajo unos niños juegan al fútbol con un balón que nos regaló Messi en una anterior visita. Levantan una enorme polvareda roja, distinta a la  niebla de mi Pontevedra natal que era blanquecina apenas. Y por un momento, me reconforta pensar que todo en el mundo es igual y que lo único que cambia es el color que tiene la bruma de la amanecida o la puesta del sol.